“Velamos por la profesión médica, por su ejercicio ético en condiciones laborales dignas y justas y por
la salud de los colombianos”.

Artículo 3º. Estatutos. Capítulo I

Órgano asesor y consultivo del Estado en materia de salud pública desde 1935 (Ley 67 de 1935 y Ley 23 de 1981).

“Cualquier arte y cualquier doctrina, y así mismo toda acción o elección, parece que a algún bien es enderezada. Por tanto, discretamente eligieron el bien los que dijeron ser aquello a lo cual todas las cosas se enderezan”, dice Aristóteles en su Ética Nicomáquea, llamada así por tener sus reflexiones dirigidas a Nicómaco, su hijo.

Al elegir la medicina como profesión que determina nuestro quehacer diario, tenemos claro que esa decisión está encaminada a hacer el bien a otras personas y a no hacer el mal. A que cuando se actúe médicamente evaluemos con suficiencia los riesgos de llegar a hacer un mal colateral en búsqueda del bien. Es una de las paradojas que plantea esta profesión, como todas, pero de manera mas sensible la medicina puesto que se podría afectar directamente la integridad de otro ser humano. 

Evaluar con suficiencia significa que, a la luz del estado del arte, cada profesional debe tener el conocimiento necesario para ejercer el acto médico, observar el respeto y la consideración que merece cada paciente, medir conjuntamente los riesgos y los beneficios antes de decidir una conducta y estar dispuesto personalmente a encontrar soluciones y a responder con honestidad por efectos inesperados y complicaciones. Estas condiciones constituyen los pilares de la ética, que garantizan ejercer la medicina con profesionalismo y autorregulación. Son las bases de la autonomía médica que, gracias a ellos y a la ciencia, exige que sea cuestionada sólo por pares. Todo esto, dice la Ley de Ética Médica, supone el justo reconocimiento económico por los servicios prestados, ya sea bajo un contrato institucional con responsabilidad individual del médico ante los pacientes y ante la institución, o como contrato individual implícito en una consulta médica. Planteado de esta manera queda clara la obligación de reconocer en dinero el trabajo realizado. El doctor Henry Marsh, eminente neurocirujano de la Gran Bretaña, expuso estos principios con la sabiduría que dan el conocimiento, la experiencia y la honestidad, en su libro que tituló Ante todo no hagas daño, usando una máxima de nuestro padre Hipócrates.

Sin embargo, el acto médico en Colombia es muy poco reconocido en todo su valor y dimensión pues la gran mayoría de los médicos hemos estado y estamos sometidos a formas de contratación que evaden el cumplimiento de las leyes laborales y mantienen la inestabilidad en el trabajo. Bajo esas circunstancias cabe preguntarse a qué ética responde este comportamiento que, por su naturaleza, no persigue como bien la salud de las gentes sino la garantía de un negocio rentable. Y la situación se escala pues las entidades que deberían promover la salud han dedicado grandísima parte de su actividad a captar ilegalmente como propios, dineros públicos destinados específicamente a promover la salud y tratar personas enfermas. Así, retardan o incumplen los pagos a hospitales y clínicas, diseñan políticas de contención de costos, fragmentan la prestación de los servicios médicos y crean barreras de acceso a quienes los requieren. La verdad es que muy pocas cumplen al pie de la letra con la prestación de atención médica y provisión de medicamentos y lo hacen solo cuando los tratamientos de “sus” afiliados significan cobros y recobros exorbitantes al sistema de salud. Y estas personas son muy importantes para esas empresas no solo por ello sino porque son la fuente para responder encuestas de satisfacción cuando informan de sus gestiones.

Esta ecuación se invierte cuando la oferta de servicios es poca y la demanda mucha, como ocurre con algunas especialidades médicas que, al ser escasas, permiten a sus médicos alcanzar un poder que les otorga mayor capacidad de negociación para establecer un precio acorde con el valor de su conocimiento, complejidad y riesgo en su trabajo.  “Porque el fin de la medicina es la salud”, dice Aristóteles. En ese sentido, el sistema de salud debe propiciar la formación de más especialistas para contrarrestar su escasez. La conducta éticamente correcta por parte de los médicos no debe ser otra que permitirla, apoyarla e impulsarla abriendo más cupos de residencias médicas en los hospitales universitarios para que haya más especialistas y se pueda responder a las necesidades de cada región.

Por otra parte, cuando una persona nos consulta individualmente y la tratamos solo como fuente de enriquecimiento mas no como quien, basada en la confianza, nos paga en reconocimiento al valor de nuestros actos médicos, lo que se hace es trocar cada acto en una transacción cuyo verdadero valor, oculto, es el beneficio económico y no el supuesto objetivo de servirle, para que recupere o mantenga su salud. Es decir, son actos médicos que se realizan pretendiendo objetivos que van mas allá del bien propuesto. Es en estos posibles escenarios donde se funde la ética individual con la ética no individual que, al decir del padre de Nicómaco, “no es otra cosa que la política velando por el sumo bien: la salud”.

Enmarcadas en estas consideraciones, en los últimos nueve años han sido construídas dos propuestas por grupos médicos y de otros profesionales de la salud, del derecho y de la economía; por organizaciones estudiantiles y por diversos movimientos sociales y sindicales. Una de ellas ya fue felizmente convertida en la Ley Estatutaria de Salud; la otra está próxima a ser entregada a toda la sociedad colombiana como el Proyecto de Ley por una reforma estructural al sistema de salud vigente. Es la ética médica no individual ejercida a partir de la ética individual. Son las políticas de salud, el sumo bien.

POR: SERGIO ISAZA VILLA, M. D. – PEDIATRA
PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN MÉDICA COLOMBIANA